lunes, 14 de octubre de 2013

" AUTOBIOGRAFÍA "


        Con mi hijo en la alergóloga. La observo detenidamente y  tiene un rostro que parece de otro tiempo, de ritos perdidos.

           Me llevo - para que me acompañe- a Victoria Ocampo.

      " Algún tiempo después de haberme conocido, Ortega me mandó un artículo suyo sobre el robo de la Gioconda. Allí subrayaba cierta cita de Barrès : " Los mozos de veinte años en cuyo pecho se querellan la ambición, la voluptuosidad y la melancolía, solían peregrinar ante el lienzo buscando un consejo, una resoluución y una aventura interior. Ahora, ¿ dónde buscar tan certera sagitaria ? (...)
     Mi juventud desbordaba y yo tenía sin duda lo que los franceses llaman la " beauté du diable ", y la belleza, sobre todo, sutil y particular, que les da a las mujeres el amor compartido : el que les llega de un hombre y el que sienten por él. La carne se ilumina de felicidad. Ese era el " maquillaje " que me embellecía. estaba sobre mi piel, en mis ojos, en la risa de mi boca, circulaba en mi sangre toda. Era yo una mujer radiante y melancólica en ciertos momentos, atenta y ausente a la vez. Por consiguiente, enigmática. Al conocer a Ortega, quedé atónita ante su inteligencia efervecente que bebía a traguitos por el cosquilleo de agua mineral que me producía. Esa inteligencia estaba en su mirar, en los gestos de sus manos que parecían dibujar en el aire sus frases o detener su vuelo. La cabeza, poderosa, debajo de la altura media, atraía la mirada, pues daba la sensación de que allí pasaba de continuo algo. Era como estar delante de una chimenea encendida : uno sigue el baile de las llamas... "

          Victoria Ocampo ( 1890-1979 ) 
 
          ( Foto de Patrick Demarchelier )

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