Las viejas cartas manuscritas han dado paso a lo inmediato de los medios informáticos. Antiguamente, en el género epistolar, se abusaba de lo cursi. Leo una carta en la que un soltero pide "relaciones" a una viuda. La carta-de los años 20 del pasado siglo- es aberrante y con grandes peligros para la viuda.
" Señora: A raiz de la pérdida dolorosa que la ha afligido, las conveniencias sociales me imponían el deber de respetar su dolor; pero hoy, pagado a la memoria de su esposo el debido atributo, ¿ me será permitido hacer la confesión, diferida hasta ahora?
Sí, señora; me permito solicitar de usted el favor de substituir al compañero que le ha arrebatado la muerte. Seguramente carezco de los méritos con que dotara la Naturaleza al hombre sobre cuyo sepulcro ha derramado usted tantas lágrimas; pero, por lo mismo, sabe usted bien que le sería tan difícil encontrar otro marido semejante, como lo será a sus muchos adoradores hallar una esposa de las perfecciones de usted. Entre todos ellos, me permito creer que nadie la ama como yo, que le consagro por entero mi corazón y mi vida, que le prometo ternura constante, y de su respuesta hago depender la dicha o el infortunio de mi vida.
Poseedora de todos los encantos de la juventud, no puede usted, señora, permanecer en viudez perpetua. Madre de una tierna criatura, debe serle grato proporcionarle un apoyo fuerte y cariñoso, un segundo padre que la querrá con la misma fe, con tan acendrado cariño como quiere a la madre.
No rechace usted, señora, mi pretención, a la súplica del que, haciendo su felicidad y la de su hija, se considerará el más dichoso de los mortales. Con estos sentimientos, quedo su muy sincero y fiel amante "