Me ha encantado encontrar en el suplemento literario del periódico "El País" unos artículos sobre Manuel Chaves Nogales, escritor y periodista al que admiro. Compré sus obras completas, editadas por la Diputación de Sevilla, en septiembre de 1994; días antes de nacer mi hija, por lo que su recuerdo se agranda siempre.
Manuel Chaves Nogales era sevillano, independiente y libre; siempre abominó de los dogmatismos fueran de derechas o de izquierdas. Perteneció a una Logia Masónica muy querida por motivos familiares, la Logia Dantón y su nombre simbólico fue Larra. Sus páginas sobre la guerra civil son magistrales, así como su biografía de Juan Belmonte. Murió en Londres a raiz de una operación mal realizada, casi al final de la 2ª guerra mundial. Su calidad literaria y humana era grande, leer sus obras es disfrutar y sentir.
Releo un fragmento de su novela " El maestro Juan Martínez que estaba allí".
"... Yo estaba de croupier en una mesa de oro, llamada así porque las apuestas únicamente se admitían en monedas de oro, contantes y sonantes. Era una gran casa de juego, establecida en el número 42 de la Krischatika, adonde iban únicamente jefes y oficiales del ejército de Denikin. Ganaba de ocho a nueve nil rublos diarios y a veces hasta quince mil, que ya era un buen jornalito. Hacía además mucho dinero con la compraventa de alhajas, porque los oficiales, cuando perdían y se quedaban sin poder jugar, sacaban las joyas que tenían y las vendían por lo que les daban, con tal de seguir jugando. Con la promesa de que se les devolverían al día siguiente si venían a rescatarlas, las daban por la mitad , a pesar de que casi ninguno volvía. Era ley caballeresca entre los croupiers la de esperar efectivamente durante veinticuatro horas antes de desprenderse de la joya, por si el perdidoso podía venir a recobrarla. Pasado aquel plazo de un día, los croupiers negociaban libremente la alhaja. Una madrugada un oficialito joven , que había perdido todo su dinero, me pidió mil rublos, con la garantía de una pitillera de oro con preciosos esmaltes del Caúcaso, que debían valer un dineral. Me porfío mucho para que no la vendiera, diciéndome que al día siguiente volvería a recogerla, porque era un recuerdo de su padre. Pero al día siguiente no volvió, ni al otro, ni en muchos días más. Echaron al ejército blanco de Kiev, y yo seguía con la pitillera guardada. Cinco o seis meses después, cuando volvieron los blancos, se me presentó el oficialito aquél, y cuando le dije que aún conservaba su pitillera se volvió loco de contento, me pagó lo que le había dado por ella, y llorando de alegría me regaló unos cuantos miles de rublos de propina..."
Manuel Chaves Nogales (1897-1943)