Debajo de un olivo centenario las letras se difuminan lentamente. Intento leer cerca de un mirador e imaginar esas cosas que suceden sin que lo sepamos.
El libro de Antonio Orejudo, anima.
" Desde que se encontraron Santos no había parado de hablar un instante. Antes de cenar, mientras paseaba por Recoletos y sin que María Luisa le hubiera preguntado nada, Santos había comenzado a contarle su vida prácticamente día a día; había continuado durante el aperitivo y no paró cuando se sentaron en el cenador del Ritz. Le habló de la chari ( cómo la había conocido, sus primeras impresiones, cuándo se dio cuenta de que estaba enamorado, cómo se lo hizo saber, qué contestó ella, las actividades que realizaban una vez que el noviazgo fue formal, etc. ), del estado actual de su enfermedad( cuál era exactamente la gravedad de su tuberculosis, qué medicación estaba siguiendo, en qué sanatorio se encontraba ingresado, cuándo pensaba él que podía salir, etc.), del fallecimiento de su padre ( lo que había sentido, lo inhumanos que eran los trámites post mortem, lo mucho que le hubiera gustado a su padre ver la boda de su hijo, etc. ), de la crisis económica ( cómo afectaban los problemas económicos del país a la cría porcina, la amenaza constante de los empleados, cuyas exigencias laborales eran desmesuradas, etc. ), de su proyección política. Cuando, después de la cena, cogieron un taxi y entraron en Chicote a tomarse una copa, María Luisa aún no había despegado los labios. Esa verborrea, extraña en él, esos rodeos no eran causados ni mucho menos por una necesidad comunicativa, sino por una incontrolable histeria y por el pánico a formular la pregunta que terminó por hacer cuando ya no le quedó más vida :
- ¿ Y tú ? ¿ Sigues con Patricio ?
Entonces, por primera vez en la noche, Santos la miró abiertamente. Conservaba aquella belleza serena y la hospitalidad de su mirada, había engordado ligeramente, y algunos hilos de color de la plata surcaban su melenita azul. Su sonrisa seguía siendo una obra abierta, pero dibujaba rayitas sobre su labio inferior, y otras tantas al lado de sus ojos moros, muy cerca de la sien.
- No, eso ya es historia- le respondió; y Santos sintió no sabría decir si estupor, alivio o alegría... "
Antonio Orejudo.
( Foto de Robert Doisneau )
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