Llega James Salter.
El pálido atardecer y la estación vacía. En los cafés todavía no han encendido las luces. Dean está sentado en una de las mesas de hierro que hay fuera. Pequeña, casi sola, Anne-Marie baja la calle flanqueada de árboles que viene de la plaza. Dobla la esquina. Casi se oyen sus pasos. Las palomas se apartan de ella precipitadamente, sin saber adónde ir, retroceden, revolotean y por último alzan el vuelo, con un chasquido de alas. Cuando se han ido, la quietud retorna, un silencio de hospital.
Es curioso que yo haya empezado a distinguir dibujos, motivos que por alguna razón no tenían entonces significado para mí. Cuando repaso los muchos fragmentos de este encuentro, cuando los toco, los revuelvo, súbitamente me asaltan instantes iluminados…
James Salter.
( Foto de Rudolf Járai )
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