miércoles, 9 de enero de 2013

PHOEBE LAMBERT.


      Antes de dejar en la estantería el libro de Philip Roth que me acaban de devolver, es imposible no abrirlo para recordar.

    " Su belleza, ya de por sí frágil, estaba muy deteriorada y, a pesar de ser alta, parecía encogida bajo las sábanas del hospital y ya camino de la descomposición. ¿ Cómo era posible que el médico se hubiera atrevido a decir a Nancy que lo sucedido a su madre no le dejaría secuelas permanentes ? Se inclinó para tocarle el cabello , el suave y blanco cabello de Phoebe, esforzándose por contener las lágrimas mientras recordaba de nuevo... las migrañas, el nacimiento de Nancy, el día que conoció a Phoebe Lambert en la agencia, lozana, asustada, con una intrigante inocencia, una chica educada como era debido y, al contrario que Cecilia, sin la rémora de una atroz historia de caos en su infancia, llena de salud y cordura, afortunadamente sin ninguna tendencia a los arrebatos, y aun sin ser en absoluto sencilla : los mejor y más natural que podían producir la cuáquera Pensilvania y la Universidad de Swarthmore. Recordó que le había recitado de memoria, sin ostentación y en un impecable inglés antiguo, el prólogo de los " Cuentos de Canterbury ", y también las expresiones que parecían de una vetustez sorprendente y que había aprendido de su estricto padre, cosas como "Necesitamos  Dios y ayuda para entender esto " y " No resulta demasiado descabellado decir... ", que podrían haberle hecho enamorarse de Phoebe incluso sin aquel primer atisbo que tuvo de ella, cuando cruzó con determinación la puerta abierta de su despacho, una joven madura, la única de la oficina que no se pintaba los labios, alta y casi sin pecho, con el cabello rubio recogido detrás de la cabeza para revelar el largo cuello y las delicadas orejas de lóbulos pequeños como los de una niña..."

           Philip Roth.

           ( Foto de Marta Syrko )

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