Es una tarde de sosiego otoñal, la plaza está vacía con hojas en el suelo, el cielo forma oscuridades sombrías y el frío recupera huídas. Me acabo de tomar un brandy amigo, "Luis Felipe", de la Palma del Condado, que recrea aventuras y raptos. Y leo a Cesare Pavese.
"...Ahora Clara sabe que las bocanadas nocturnas me recuerdan esos días. Y me admira-o me admiraba- tanto, que sonríe y calla cuando ve que me sorprende este recuerdo. Si le hablo de eso y se lo cuento, casi me salta al cuello. Por eso no sabe que esa noche me di cuenta de que la detestaba.
Hay algo en mis recuerdos de infancia que no tolera la ternura carnal de una mujer- ni aunque sea Clara-. En esos veranos, que tienen ya en el recuerdo un color único, dormitan instantes que una sensación o una palabra vuelven a encender de repente, y en seguida empieza el desconcierto de la distancia , la incredulidad de volver a hallar tanta alegría en un tiempo desaparecido y casi abolido. Un chico -¿era yo?- se detenía de noche a la orilla del mar-bajo la música y las luces irreales del café- y olfateaba el viento-no el marino acostumbrado, sino un repentino soplo de flores quemadas por el sol, exóticas y palpables-. Ese chico podría existir sin mí; de hecho, existió sin mí, y no sabía que su alegría volvería a aflorar después de tantos años, increíble , en otro, en un hombre..."
Cesare Pavese (1908-1950)
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