Alguien quiere enseñarme un hotel, la lista de huéspedes, sus habitaciones y las almas que se quedaron esperando en los pasillos. Se llama Joseph Roth y su hotel está en Lodz.
" Algo solemne flota en el aire. Sería natural que sonaran las campanas.
Nada tendría de extraño que, de pronto, alguien me hiciera un regalo. En días así, hay que recibir regalos.
Y sin embargo, en la calle estaba lloviendo, caía una lluvia fina e ininterrumpida, llena de polvillo de carbón. Era una lluvia permanente, que se cernía sobre el mundo como una cortina eterna. La gente tropezaba con los paraguas y llevaban los cuellos de los impermeables subidos.
En estos días lluviosos, la ciudad adquiere su verdadera fisonomía. La lluvia es su uniforme. Es una ciudad de lluvia y desconsuelo.
Se pudren las aceras de madera, las tablas rechinan cuando uno las pisa, como suelas de zapato húmedas y estropeadas.
La masa pastosa y amarilla de las regueras se disuelve y fluye calle abajo.
Cada gota de lluvia contiene miles de partículas de carbonilla, que se pegan a las caras y en las ropas de las personas.
Esta lluvia es capaz de calar en las ropas más gruesas. En el cielo habían hecho limpieza y arrojaban a la tierra los cubos de agua sucia.
En días así, uno tenía que quedarse en el hotel, sentarse en el salón y observar a la gente... "
Joseph Roth (1894-1939)
1 comentario:
"En días así, uno tenía que quedarse en el hotel, sentarse en el salón y observar a la gente... "
No veo por qué, exclusivamente, aunque momentos hay para todo.
Palante, como los de Alicante.
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