No es mala compañía, en estos tiempos, tener cerca a Ignacio Aldecoa. Sus cuentos tienen profundidad y claridad, meten al lector dentro de la narración, presenciando el movimiento del ambiente que se describe; un armazón que les da permanencia.
" Las cristaleras del café siempre estaban sucias y la luz de la glorieta agria y escenográfica, se filtraba a través de ella, con matices de recuelo. El viejo camarero arterioesclerótico arrastraba la pierna mala como cosa ajena a su persona e iba de mesa en mesa, frágil, doméstico, temblante y arácnido. Bufaba la máquina exprés; cantiñeaba el aburrido cerillero; la señora de los servicios cultivaba sus emociones leyendo una novela de amor; el chicharreo de la llamada del teléfono no era atendido; esputaban en sus pañuelos, y por turno, los cinco viejos del friso de la tertulia del fondo; bajaba el cura jugador las escaleras de la timba; componía un melindre la pájara pinta timándose con un señor solitario y de mirada huidiza; el renegrido limpia tenía un vivaz sátiro bajo la roña, el betún y la piel, y no se perdía detalle desde su ras, sacando lustre a los zapatos de una vedette del "Maravillas". En los grandes y mágicos espejos había salones hasta la angostura del infinito y la perspectiva de las lámparas reflejadas era una pesadilla surreal "
Ignacio Aldecoa (1925-1969)
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