Quedan pocas mujeres para llevarlas en calesas, deben ser los tiempos, las prisas y la incapacidad para observar detalles y recrear olores. En los sueños, se puede elegir. Uno elige sin equivocación posible, nunca debe olvidar a Quevedo.
Tiene la mañana el regalo de los cuentos de John Updike, maestro en tantas cosas.
" Catulo había veraneado allí, según les informó un monumento en el muelle. Apareció un hidroavión procedente de Riva, levantando mucha agua, y se comieron dos " panini con salami" tostados en la terraza de un café. Cuando George cerró los ojos y alzó la cara al sol, tuvo una sensación de mareo, como de estar en el andamio del hombre mayor, colgado a una altura de matarse, a miles de millas de casa, en un pequeño planeta azul, y que pronto estaría muerto, tan muerto como Catulo, y cesaría su conciencia, su conciencia del sol y de la sombra, de las voces de los niños excitados que les rodeaban. Su breve vida no tenía ningún objeto, y su compañera no era ningún consuelo. Ella también era una niña. George abrió los ojos, y el encanto escénico de la orilla del lago, con sus ordenadas basuras y su exceso de uso, le entró a oleadas, desplazando el pavor.
-¿ En qué piensas?- preguntó Vivian, con la voz tensa, como si ya estuvieran de vuelta en el coche,
- En lo bien que se está aquí- repuso él. Y añadió- : Y en lo maravillosa que eres.
-¿Por qué mientes?
Él no sintió necesidad de contestar. Se miente por misericordia "
John Updike.
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