martes, 3 de marzo de 2009

CARNAVALES DE ANTAÑO.


En su libro siempre se encuentran joyas; ya hablé de "Venecia galante", libro de mi compadre José María Herrera. Esta noche leo un texto sobre el carnaval e imagino esos días y sus desenfados permanentes. En España, muchos pueblos y ciudades no "saben"que el carnaval acaba en martes y que desde el miércoles de ceniza empieza la Cuaresma...

" Todo en Venecia tiene el sabor de la gran libertad que allí impera; en nada nos sentimos atados, excepto en l que concierne a las leyes del Estado, y cualquier acto, por reprochable que sea, se excusa con la palabra " cosa da uomo"(¡ es cosa humana!), que los venecianos tienen en los labios cada dos por tres. Una consecuencia de ese amor a la libertad es el hecho de que la costumbre de ir enmascarado se extienda a gran parte del año. Todas las personas a las que separaba la diferencia de condición y bienes se sienten entonces más próximas: el senador y el mercader se convierten en iguales; y ese atuendo resulta tan favorable para la intriga, que los venecianos, que gustan de ella, no dejan pasar la ocasión de servirse de él en determinados días. Se lleva la máscara desde el día de Reyes hasta la Cuaresma, y durante todo el mes de octubre, hasta Adviento. El atavío consiste en un gran capote de tafetán negro, que llega hasta las rodillas, y sobre el que descansa un pequeño manto del mismo material, y una máscara blanca que se quitan a menudo para ponerla en el pico del sombrero.

Las damas llevan sombrero de plumas como los varones, y lo dejan descansar con mucho donaire sobre la oreja, lo cual les confiere un aire galante y seductor que suelen conservar a lo largo de todo el año. La mayoría de las que vi tenían una figura gentil y hermosos colores. Su indumentaria habitual es un vestido de corte ajustado, con mangas menudas como las de los varones. Sobre la cabeza llevan una gran mantilla de tafetán negro que les cae sobre los hombros, va cruzada por delante y por detrás queda graciosamente sujeta en un nudo cuyos extremos penden casi hasta el talón. Imagínese el lector, además de esto, los movimientos juguetones que el abanico imprime al tafetán a fin de permitir a los transeúntes hacerse una idea de lo hermoso de la figura. No en vano se dice, que " el mayor de los deseos es ser visto ".

Anónimo francés. (Siglo XVIII)

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