sábado, 20 de marzo de 2010

CONFESOR DE PRINCESAS.


Parece que entra la primavera y me he dedicado a releer a Valle-Inclán; su "Sonata de primavera" me lleva al parque sevillano de María Luisa, una tarde de abril del lejano año 83.

"...-¿ Qué siente ella?...¿ Qué siente ella por mí?... ¡ Pobre María Rosario! Yo la creía enamorada, y, sin embargo, mi corazón presentía no sé qué quimérica y confusa desventura. Quise volver a sumegirme en mi amoroso ensueño, pero el canto de un sapo repetido monótonamente bajo la arcada de los cipreses distraía y turbaba mi pensamiento. Recuerdo que de niño he leído muchas veces en un libro de devociones donde rezaba mi abuela, que el Diablo solía tomar ese aspecto para turbar la oración de un santo monje. Era natural que a mí me ocurriese lo mismo. Yo, calumniado y mal comprendido, nunca fui otra cosa que un místico galante, como San Juan de la Cruz. En lo más florido de mis años hubiera dado gustoso todas las glorias mundanas por poder escribir en mis tarjetas : El Marqués de Bradomín, Confesor de Princesas "

Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936)


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