Siempre queda el catálogo de olores : los del verano, los del otoño, los que aquel cuerpo con el que soñaste una noche de playa, los del abrazo furtivo en la fiesta de facultad, los de aquel beso húmedo y profundo, los del amor incomprensible. Leo a Mario Vargas Llosa y aparece la vainilla...
" Cuando ella ríe sus pezones se endurecen y empinan como si una invisible boca mamara de ellos, y los músculos de su estómago vibran bajo la tersa piel olorosa a vainilla sugiriendo el rico tesoro de tibiezas y sudores de la intimidad. En ese momento mi respingada nariz puede oler el aroma a quesillo rancio de sus jugos secretos. El perfume de esa supuración de amor enloquece a Don Rigoberto quien -ella me lo ha contado- de hinojos, como el que ora, lo absorbe y se impregna de él hasta embriagarse de dicha. Es, asegura, mejor afrodisíaco que todos los elixires de inmundas mezclas que andan vendiendo a los amantes los brujos y celestinas de esta ciudad. " Mientras huelas así seré tu esclavo", dice ella que él le dice, con la lengua floja de los ebrios de amor "
Mario Vargas Llosa.
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