De niño, cada domingo iba a ver a unos tíos abuelos que vivían en una casa llena de pasados y que cuando salía Franco en la tele, la tapaban con un tapete. Eran dos hermanas y un hermano; este último, Julián, viejo republicano cascarrabias y lector. Yo debía tener unos ocho años y al salir de su casa, decían que la dejaba como la batalla de Marengo; así que siempre tuve curiosidad por esa batalla.
El 14 de junio de 1800, unos 28.000 soldados franceses derrotan al ejército austríaco y facilitan la llegada de Napoleón Bonaparte a la dignidad imperial. Un gran poeta escribió sobre esa batalla ,que por mor de la niñez, ha acompañado mi vida.
" En el campo de batalla de Marengo acuden las consideraciones a bandadas, de suerte que se creyera que son las mismas que tantos y tantos humanos hubieron de dejar allí con la vida y que andan errantes como perros sin dueño. Me gustan los campos de batalla, pues aunque la guerra es muy terrible, sin embargo, manifiesta la grandeza espiritual del hombre, que es capaz de lanzar el reto a su más poderoso enemigo, la muerte. Y más aún este campo de batalla, en donde la libertad bailó sobre rosas de sangre la danza voluptuosa de la desposada. Francia era entonces el prometido, había invitado al mundo entero a la boda, y , como dice la canción :
En la noche de bodas
rompimos en lugar de cántaros
cabezas de aristócratas.
Pero ¡ ay! cada pulgada que progresa cuéstale a la humanidad ríos de sangre. ¿ No resulta algo caro? ¿No es la vida del individuo acaso tan valiosa como la de toda la especie? Cada hombre es un mundo que con él ha nacido y con él muere, en cada tumba yace una historia universal. Ni una palabra más, así hablarían los muertos que cayeron aquí... "
Heinrich Heine (1797-1856)
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