Hay tardes en que apetece leer cuentos y Aldecoa es un buen alivio. La edición de sus ""Cuentos completos" me trajo el descubrimiento de un escritor que lleva el olor de castañas, la fonda de escapada para urgencias eróticas y un Madrid de viejos cafés y fábricas de sifones.
Murió muy joven y siempre he pensado que es uno de los más grandes cuentistas de la literatura española.
"...Desde Chamartín, Madrid parecía nuevo,recien inventado. La casi solitaria carretera de entrada se extendía con un brillo de papel de estaño sin arrugas delante del autobús. Los árboles de los lados estaban verdes todavía. La mirada pesada del conductor se perdía en la verdeamarillenta barrera de la arboleda del fondo, con la mancha gris de un monumento, abriendo como una boca de cueva en ella. Sobre los edificios lejanos flotaba un vaho de cambiante color a medida que se avanzaba. Se presagiaba el cielo, se veía el cielo en unas como venas de azul bajo la piel de neblina.
El autobús viró a la derecha y ascendió hacia Cuatro Caminos. En la calle estaban orilladas, en una larga columna , camionetas de modelos antiguos, destartalados, a las que cargaban fruta. El autobús jadeó. El conductor bostezó aburridamente. La señora vestida de negro se dirigió al hombre de los zapatos brillantes :
-Y usted, ¿cuando vuelve?
-En el de las dos menos cuarto.
-Yo me vuelvo antes.
Paró el autobús. Fueron bajando los viajeros. Concha y Luisa se colocaron para bajar inmediatamente destrás de la señora y el hombre. El soldado, con su maleta de madera, esperaba a que bajasen todos para no tropezar con alguno y darle ocasión de quejarse.
Se encontraron los cinco en la acera. La señora se estaba despidiendo del hombre de la colocación. Luisa y Concha se decían algo en voz muy baja. De pronto Concha alzó mucho la voz :
-Mira éste, ahora mucho cuento y anoche tan simpático..."
Ignacio Aldecoa (1921-1969)
1 comentario:
Esta lectura ha traído a mi memoria cuando era pequeña y con mi familia veníamos en autobús a Madrid y entrábamos por Plaza de Castilla, bajaba por Castellana, torcía por Ríos Rosas para acabar en la mítica (para mí) calle de Alenza... ¡qué días aquéllos! Cuando ya los quehaceres acabados volvíamos a esta calle para coger el autobús de regreso, siempre pedía yo un bocadillo de calamares en el pequeño, lleno de humo y siniestro bar de al lado!!! Gracias
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