viernes, 9 de enero de 2009

EL MUERTO VIVIENTE.


Sin él no se puede entender la poesía alemana del siglo XX, tampoco se puede entender la pasión amorosa desgarrada; Paul Celan jamás pisó Alemania, un país que masacró a su familia y lo dejó como único testigo del infierno.

Era melancólico y enamoradizo; sus cartas y poemas son de búsqueda, la búsqueda del amor y la seducción en un alma atormentada y presa de pérdidas absolutas.

Es un lunes de enero de 1952, está en París y escribe :

" Maïa, mi amor, querría saber decirte cuánto deseo que todo esto dure, nos dure para siempre.
Cuando me acerco a ti tengo la impresión de que abandono un mundo, de que escucho las puertas cerrándose tras de mí, puertas y más puertas, porque son muchas las puertas de este mundo hecho de malentendidos, de falsas claridades, de farfullos. Puede que me queden todavía otras puertas, puede que no haya atravesado aún toda la extensión sobre la que se esparce esta red de signos que extravían, pero yo vengo, sabes, me acerco, el ritmo-lo siento así-se acelera, los semáforos tramposos se apagan uno tras otro, las bocas mentirosas se cierran sobre su baba-ya no hay palabras, ya no hay ruidos, ya no hay nada que acompañe mis pasos-.
Estaré ahí, cerca de ti, en un instante, en un segundo que inagurará el tiempo "

Paul Celan (1920-1970)

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