En estos días de manjares, reencuentros y alegorías etílicas, he tenido descubrimientos varios y luminosos; entre ellos se encuentra un libro sobre las comidas del siglo XV,un texto que sirvió para el encuentro con viejas fotos y paseos olvidados.
Don Enrique de Villena escribió su "Arte Cisoria" casi al albur de batallas, complementado por Felipe Benicio con apéndices para profanos y torpes. Me gusta la descripción del comedor del castillo donde se celebraban las comidas y que recibía el nombre de palacio, palabra ya usada desde el arcipreste de Hita. Los hachones se colocaban sobre candelabros llamados cañadas; había aparadores de tres gradas para colocar el servicio. El que servía, llevaba una toalla de manjar, que nosotros llamamos servilleta. Villena nos habla de cuchillos de cuatro clases y tamaños, que se usaban para trinchar las viandas; la broca era un tenedor de dos púas . Los pinganes eran unos hierros pequeños y puntiagudos utilizados para despegar la ostra de la concha y sacar el molusco de los caracoles.
Al Rey lo anunciaban los músicos y trompetas. iban delante los porteros de masa, sentado el rey, el mayordomo de rodillas le presentaba el agua manos para lavarse y un repostero le daba la toalla. El vino se llevaba desde la botillería en copa tapada con la sobrecopa de la que hará la salva el copero. Las salsas y adobos eran lo fundamental en los guisos, con nombres curiosos y variados. El manjar blanco era de leche, almendra, azúcar, gengibre, miga de pan y pechuga de ave. Se comían animales asquerosos como medicinas y remedios, los huesos y la carne de perro, el milano para curar la sarna, la bubilla para aguzar el entendimiento; los reptiles como la culebra para producir el sueño, la cigarra que quitaba la sed y los grillos contra el estreñimiento. Parte esencial de la comida, con reglas inviolables, era el trinchar los animales en la mesa. El pavón, el pavo real, una vez guisado se cubría con su pellejo y las plumas de la cola; los vinos se bebían mezclados con canela, clavo, gengibre, guindillas y enebro.
Los postres eran gorja, plato de dulce con leche, huevos, azúcar y queso rallado; el citronal, acitrón( sidra) con dulce; los canutillos de suplicaciones; los esponjados. Y nunca faltaba la hidromiel, el agua mellis y las alojas.
Y uno se imagina a Doña Leonor de Aragón, reina viuda de Portugal y mujer de extraña belleza; esa belleza que descubre o muere...
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