El día que conocí Besalú algo especial sucedió en mi vida. El descubrimiento de una ciudad desconocida y a la vez soñada, hizo que supiera que viajar perdido es encontrarse.
Tenía 25 años y la llegada a la Alta Garrotxa venía precedida de un viaje accidentado y de paseos por piedras y ermitas. Entré en Besalú por el puente medieval de ocho arcos, único acceso a la villa durante siglos y me senté en la plaza, llamada Prat de Sant Pere; casi al instante descubrí un antiguo cenobio benedictino que me dejó anonadado por su belleza y magia; ya poco más quedaba, soñando como estaba.
La casa Cornellà y la cena en el restaurante " La cúria Reial", con su palacio y las vistas a la Plaza Major hicieron el resto, para provocar que, en mi vida, Besalú sea para siempre.
Y esta noche la recuerdo, con sus fotos, su sabor y la música que me acompaña.
1 comentario:
Comparto contigo la descripción, porque Besalú es casi mágico...es algo así como entrar de puntillas en la memoria de las piedras...
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