viernes, 12 de octubre de 2012

TESTIGO DE UN TIEMPO.


        Largo desayuno; día festivo en el que me acompaña un buen amigo, español sin mácula. Arturo Barea.

   " Ilsa se había quedado dormida instantáneamente con el sueño del agotamiento. Ya me había advertido que una vez que estuviéramos en Francia, era su turno el dejarse caer. Toda la noche, a través de mi sueño, escuchaba los ruidos de la calle. A las siete estaba completamente despierto y no podía soportar más el estar encerrado en una habitación. Las paredes se me caían encima. Me vestí sin ruido y marché a la calle, llena de gentes que iban a su trabajo  de un sol pálido de helada. Una muchacha con un delantalito blanco, una faldita negra corta y medias de seda, tan bonita como la doncella de una comedia, estaba ordenando los anaqueles del escaparate de una panadería : bollitos y barras, cruasanes y bizcochos, panes grandes de pan blanco sobre bandejas de madera color oro tostado, como si también las hubieran dorado al horno. El aire llevaba hacia mí la fragancia del pan fresco y caliente, como el olor de una mujer empapada de sol. La vista y el olor del pan me hicieron sentirme furiosamente hambriento, voluptuosamente hambriento.
    -¿ Puede usted darme algunos cruasanes?- pregunté a la muchacha.
    - ¿ Cuántos quiere, monsieur ?
    - Todos los que quiera, media docena...
   Me miró con unos ojos claros amistosos, llenos de compasión.
   ¿ Ha llegado usted de España ? Le daré una docena, se los va a comer todos.
    Me comí algunos en la calle y volví a nuestro cuarto con el resto. Ilsa estaba aún profundamente dormida. Puse uno de los cruasanes en la almohada al lado de su nariz. El olor la despertó "

          Arturo Barea ( 1897-1857 )

         (  Foto de Francesc Català-Roca )

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Compasión y deseo. Extremadamente peligroso...pero irresistible.