En los cuentos de Cristina Fernández Cubas, nada se repite y todo se espera. Su magia es contagiosa.
" Se fue hace tiempo, pero, aún ahora, me cuesta imaginar que la corrupción pueda haberse ensañado con aquellas manos blancas y delicadas, con sus inescrutables ojos verdes, con su lánguida sonrisa que dibujaban sus labios cuando creía no ser vista por nadie, cuando yo fingía no reparar en su presencia, jugar, dormir o repasar las lecciones de la escuela.
Madre no era mujer alegre. La recuerdo a menudo silenciosa, enfrascada en oscuros pensamientos que nunca quiso compartir, santiguándose a la menor ocasión, gimiendo sola en su alcoba hasta qe las luces del alba terminaran por vencer su persistente incapacidad de conciliar el sueño. Nunca fue demasiado cariñosa conmigo, pero yo sabía que, a su manera, me amaba. Todo en ella era privacidad y secreto. Cuando yo enfermaba, permanecía la noche en vela junto a la cabecera de mi cama, repitiendo para sí una retahíla de jaculatorias, increpando a media voz a invisibles enemigos. Cuando algo le ocurría a mis dos hermanos, su preocupación se concretaba en llamar a un médico. Conmigo era la entrega total.
Sabía que me quería y, aunque nunca pude cruzar el umbral de su atormentado mundo, intenté en todo momento corresponderle con mi cariño (... ) Desde la muerte de mi padre, Madre se había encerrado en ese extraño universo que le negaba el reposo. Parecía como si hubiese sellado un pacto con el silencio y la melancolía... "
Cristina Fernández Cubas.
( Foto de Susan Worsham )
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