En la alacena de los papeles perdidos, encuentro una carpeta rondeña con artículos de Manuel Vicent; la fecha, martes 7 de enero de 1986, me lleva a calles recreadas.
"Esa chica de azul que espera ahí enfrente en el semáforo, ¿ quién será?,¿ de dónde vendrá?,¿adónde irá con el bolso en bandolera? Parece vulgar. No sé nada de ella, aunque en otras circunstancias pudo haber sido quizá la mujer de mi vida. Por la calle, entre los dos pasa un furgón de policía y el aire de la ciudad se rasga con sirenas de ambulancia. La chica será secretaria, enfermera, ama de casa, camarera o profesora. En el bolso llevará un lápiz de labios, un peine, pañuelos de papel, un bono de autobús, polvos para la nariz y una agenda con el teléfono de unos primos del pueblo, de algún amigo, de algún amante. ¿ Cuántos amores frustrados habrá tenido? Los anuncios de bebidas se licuan en la chapa de los automóviles. Hay un rumor de motores. La alcantarilla huele a flores negras. La joven me ve desde la otra acera y probablemente también estará pensando algo de mí. Creerá que soy agente de seguros, un tipo calvo, muy maduro, con esposa y tantos hijos o que tengo un negocio de peletería, un llavero en el bolsillo, un ignorado carnet de identidad, una úlcera de estómago y 2.500 pesetas en la cartera. Se oyen violentos chirridos de caucho, la tarde ya ha prendido las cornizas. El semáforo aún está en rojo.
Si esa mujer y yo nos hubiéramos conocidos en cierta ocasión tal vez nos habríamos besado, amado, casado, odiado, gritado, reconciliado e incluso separado. Lleva un abrigo azul. Parece un poco frágil y vulgar. No sé nada de ella. Desde el el otro bordillo la chica también me observa. ¿Qué estará imaginando? Que soy un sujeto anodino, operado de apendicitis, con muchas letras de cambio firmadas para comprar un video. Sin embargo, pude haber sido el hombre de su vida. Pude haberla llevado a la sierra con una tortilla o a Benidorm con grandes toallas y un patito de goma. Finalmente huye el último coche y el semáforo se abre. Por el paso de peatones la chica avanza hacia mí y yo voy hacia ella. Los dos , al cruzarnos, sorbemos sesgadamente nuestro rostro anodino con una mirada y al llegar cada uno a la acera contraria ya para siempre nos hemos olvidado. En la ciudad se oyen sirenas de ambulancia "
Manuel Vicent.
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