Las personas pueden acostumbrarse a las peores desgracias de los demás y , además, quedarse indiferente ante los horrores y terrores más espantosos; pero no hay una injuria más cruel para nadie que la felicidad ajena en esos instantes. Cuenta Nabokov, que al poeta Nikolai Gumiliov lo fusilaron los bolcheviques, en 1921, sólo porque no dejó de sonreir ni un instante desde el momento de su detención.
Madrugada marina...
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