" Nadie decía nada. Las miradas, al sesgo,
espiaban en los rostros la partida del dios.
Algunos se aferraban al vaso, sin soltarlo;
otros se iban hundiendo, despacio, en el sillón.
El aire se cuajaba como campana alerta;
sabíamos llegado el fin del resplandor.
Nos odiamos por ello.
Detrás de los cristales
se retorcía el alba como una rosa atroz "
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